marzo 28, 2024

Por Sergio Mejía Cano

El pasado miércoles 03 del presente mes, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dijo en su conferencia matutina, que con la reforma de la energía eléctrica no pretendía asustar a las inversiones, sino revisar los “contratos leoninos” que se otorgaron en pasados sexenios, sobre todo a empresas españolas, en donde estas empresas eran las ganonas en todos los sentidos, haciendo perder al Estado Mexicano en todos los aspectos.

Así que al revisarse las cláusulas, se habían detectado penalizaciones para el Estado Mexicano en caso de no cumplir prácticamente caprichos de esas empresas extranjeras como el surtido de determinadas cantidades de gas, así como el costo por el acarreo del combustible con cargo a nuestro país. Y obviamente que esto no podría seguir sucediendo, pues era en un claro detrimento para nuestra Nación. Por lo que esos contratos se están renegociando, y no cancelando, a pesar de la renuencia de dichas empresas que se negaban a la negociación con la nueva administración que encabeza AMLO.

Si bien se dice que no es ético escribir sobre asuntos personales en una columna de opinión, en ocasiones es prácticamente necesario para dar un enfoque para el tema a tratar.

Esto de los contratos leoninos, al parecer no nada más se otorgaron al alto nivel con los pasados gobiernos federales, sino que a otros niveles, posiblemente también eran o son tolerados.

Resulta que cierto día, a principio de la década del 2000, llega muy feliz una de mis hermanas a la casa paterna, presumiendo que una compañía telefónica la había contactado para pedirle en renta un terreno que tenía mi hermana en las inmediaciones de la colonia Menchaca, aquí en Tepic, diciendo que le ofrecían 7 mil pesos mensuales de renta, que pronto le harían llegar el contrato para que lo firmara.

Supuestamente, esa compañía telefónica pretendía instalar una torre en ese terreno. Así que cuando tuvo el contrato en sus manos, notó de inmediato algo muy irregular, pues el arrendamiento sería por diez años, prorrogables por otros diez años más y otros tanto según lo requiriera la compañía telefónica. Y entre otras cosas de decir en lo sucesivo “arrendador y arrendatario”, el arrendador se otorgaba el derecho de no permitir ninguna otra construcción o arreglo alrededor de la torre que instalara, y el arrendador se tendría que hacer cargo del mantenimiento del predio comprometiéndose a tenerlo siempre libre de maleza o cualquiera otra obstrucción que pudiera entorpecer el paso a la torre al personal de la telefónica. Y que en caso de que se tuviera que ocupar más espacio para el mantenimiento de la torre, el arrendador no pondría objeción para que el arrendador ocupara otro tanto del terreno no concesionado, para seguridad de la misma torre. En síntesis, todo lo bueno para la compañía telefónica y todo lo malo para el arrendador.

Así que entre otra de mis hermanas y la posible afectada, formularon un contra-contrato especificando las condiciones que daba el arrendador, en este caso  mi hermana dueña del terreno, cosa que no agradó nada a la compañía telefónica, por lo que ni las gracias dieron, y ya jamás volvieron a molestar a mi hermana.

Prácticamente, por lo que se dedujo al leer con atención el contrato enviado por la compañía telefónica, se iba a adueñar del terreno, no nada más de los metros rentados para la instalación de una torre, sino de las demás partes del predio, así no estuvieran contempladas en el contrato original, dizque por la seguridad y mantenimiento de su torre; y con eso de hacer prorrogables los años de arrendamiento, pues prácticamente se podría deducir que era a perpetuidad el arrendamiento.

Al tiempo, al comentar esta anécdota con un compañero jubilado del ferrocarril, me dijo que precisamente a una de sus vecinas, en la zona centro de la capital nayarita, le había pasado algo similar, pero que ella sí había firmado el contrato, y que la vecina le había comentado que había cometido un gran error, porque no lo consultó con nadie cuando le llegó la solicitud de una compañía telefónica para arrendar una parte de su corral; así que cuando sus hijos se dieron cuenta, ya no pudieron hacer nada, pues el contrato ya lo había firmado ella como dueña del terreno, y que ahora estaban con las demandas en curso. Porque resulta, que la señora vecina de mi amigo jubilado, ya no podía ni siquiera hacer uso de parte de su azotea, y menos de parte de su corral que aunque estaba sin uso, la compañía telefónica no le permitía el paso.

Sea pues. Vale.

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