marzo 28, 2024

Por José Guadalupe Rocha Esparza

Demóstenes, elocuente desde joven, llegó a ser uno de los oradores más grandes de todos los tiempos. Son famosas sus filípicas contra Filipo, rey de Macedonia. Es una joya aquel maravilloso discurso de la Corona. Célebres sus oraciones sobre la Paz y la Embajada. Se envenenó, antes de caer en poder de su enemigo Cranón. Sus arengas, límpidos diamantes.

Decía que Filipo era tan insaciable como manirroto, rodeado de hombres disolutos más depravados, excitándolos a perder la vergüenza y a llevar una vida indecorosa, desenfrenada y semejante a la de los salteadores, ajenos a las cualidades que caracterizan al buen ciudadano: desinterés, vivo patriotismo y una firmeza inquebrantable para mantener el honor. 

Recordaba aquellos atenienses que no administraban la ciudad para enriquecerse, sino convencidos de acrecentar el patrimonio común, demostrando buena fe, piedad e imparcialidad para una prosperidad extraordinaria. Preguntaba: ¿Cuál fue la casa de esos personajes citados? ¡Ninguna fue mejor por su apariencia que la del vecino!, sonoro respondía.

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