marzo 29, 2024

A la postre el engaño resulta

Un humilde parásito de la ingenuidad.

José Ortega y Gasset.

Por Efraín Moreno Arciniega

Los demagogos surgen con el nacimiento de la democracia.

Así fueron denominados estos políticos por Platón y luego por Aristóteles, siguiendo sus raíces etimológicas, como los  guías del pueblo y como los representantes de la democracia.

Estos dos grandes filósofos consideraron también que dichos lideres gobernaban mal al Estado ateniense; y que si se mantenían en el poder era por los engaños de que se valían ante un pueblo ignorante.

Esta concepción platónica y aristotélica de los demagogos, se ha mantenido a través de la historia: “políticos que con mentiras y artilugios engañan al pueblo para arribar y mantenerse en el poder”.

Fue Pericles, considerado históricamente como el fundador de la democracia, el primer demagogo y mal gobernante según Platón.

Otra característica que ha prevalecido de los demagogos a través de la historia, además del engaño, son las dádivas que otorgan a los ciudadanos.

Nos dice Tucídides en su obra “Historia de la Guerra del Peloponeso”, como Pericles logró controlar el Areópago, que era el Consejo Ateniense donde se tomaban las decisiones del estado, a través de ofrecer viajes a los ciudadanos a las diferentes islas del Mar Egeo.

Catilina, el otro gran demagogo de la antigüedad clásica, logró casi postrar al Imperio Romano, prometiéndoles a sus seguidores tierras de cultivo, y la exención de impuestos. Ahora son otras dádivas; pero la estrategia de estos políticos se conserva.

Ortega y Gasset en su libro “La rebelión de las masas”, señala al respecto:

Es en efecto, muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos.

Los demagogos han  sido los estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron a manos de esta fauna repugnante, que hacía exclamar a Macaulay:

“En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos”.

Pero nos es un hombre demagogo simplemente porque se ponga a gritar ante la multitud. La demagogia esencial del demagogo está dentro de su mente y radica en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que él no ha creado, sino recibido de los verdaderos creadores.

La demagogia es una forma de degeneración intelectual.    

Señalo sobre ello, y sobre cualquier discurso de todo hombre, que el dicho de una persona, no necesariamente implica verdad, pues este también puede conllevar la mentira. Por ello, escuchar lo que alguien nos dice conlleva siempre una dificultad para nosotros: creer o no creer en las palabras que escuchamos.

El mismo Ortega y Gasset les decía a los franceses en el prólogo de esta misma obra en una edición dedicada a ellos:

Definimos al lenguaje como el medio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos.

Pero una definición, si es verídica, es irónica, implica tácitas reservas y cuando no se le interpreta así produce funestos resultados.

Lo de menos es que el lenguaje sirva también para ocultar nuestros pensamientos para mentir.

No: lo más peligroso de esta definición es la añadidura optimista con que solemos escucharla. Porque ella misma no nos asegura que mediante el lenguaje podamos manifestar, con suficiente adecuación, todos nuestros pensamientos.

Dóciles al prejuicio inveterado de que hablando nos entendemos, decimos y escuchamos tan de buena fe que acabamos muchas veces por malentendernos mucho más que si, mudos, procurásemos adivinarnos.

Se ha abusado de la palabra y por eso esta ha caído en desprestigio. Como en tantas otras cosas, ha consistido aquí el abuso en el uso sin preocupaciones, sin conciencia de la limitación del instrumento.

De este modo, para Ortega y Gasset, hay que siempre tomar en cuenta dos limitaciones del lenguaje:

El pensamiento expresado no necesariamente implica verdad.

Y la limitación de todo lenguaje de poder manifestar, a través del mismo, todos nuestros pensamientos.

Descubiertos ante la nación en su incapacidad de gobernarla, nuestros actuales políticos soslayan señalamientos de contradictorios en sus discursos y sus hechos en asuntos tan relevantes para la república como lo son la militarización del país, la economía, la salud, el bienestar y la educación; pasando a lo caricaturesco al señalar: ¡No somos iguales!

Así pues, qué creerles a los políticos.

Lo que sí tengo claro, es que muchos de nuestros políticos no se parecen en nada al Quijote de la Mancha; pues este como Caballero Andante, tenía por regla de conducta la abominación a todo tipo de mentiras, y en opinión de Miguel Catalán González, la defensa a ultranza de la verdad.

¡Un saludo para Todos!

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