marzo 19, 2024

>> Parece que se confirma el viejo aforismo: al perro más flaco se le cargan las pulgas.

Por José Manuel Sánchez Bermúdez

Todos (bueno, casi todos) queremos acabar con la corrupción: se ha convertido en lo más característico de la época, asociada con la delincuencia, la criminalidad y el endeudamiento (expresión, todas ellas, del mando del capital financiero).

Pero hemos visto (y seguimos viendo) que las autoridades de todos los niveles tienen muy poco de que presumir en cuanto a identificar y castigar a los corruptos-delincuentes-saqueadores-enduedadores de nuestras instituciones y prácticamente nada en cuanto a desmantelar las redes (la corrupción no es un acto individual) que se construyeron a lo largo de décadas y que, ciertamente, son de delincuencia y corrupción, pero que son también y fundamentalmente, de control social: no sólo atenazan y paralizan las resistencias y oposiciones sociales al interior de las instituciones, sino que disponen de recursos, políticos e institucionales, para que, en menor o mayor medida según el grado de control de que dispongan, logren que el cuerpo social de la institución funcione como su propia base de apoyo.

Por eso, y en la medida en que no se advierte un diseño político consistente que ayude a revertir la situación desde abajo, suena bastante hueca la política del gobierno federal que ha sido, sobre todo en relación con instituciones como el sindicalismo y las de los sectores de educación y salud, asegurar que el combate a la corrupción es un asunto interno y que lo único que compete al gobierno federal es cuidar de la lana.

En cambio, hemos visto (y seguimos viendo) que a los acreedores de esas deudas se les paga con religiosa puntualidad y que a los saqueadores se les respeta su (mal habido) patrimonio: “no hay que buscar culpables del desastre sino quién lo pague”, es la divisa que se enarbola.

Y ¿quiénes son los que pagan? Pues sí: adivinaron. Se reinstaló el viejo truco de la pirinola: algunos (pocos) toman todo y (casi) todos ponen. Así que “el combate a la corrupción” se ha venido convirtiendo en una variante de las viejas y conocidas “políticas de austeridad” y se está limitando, al menos en los ámbitos señalados, a disminuir prestaciones y a precarizar el salario y el empleo.

Habría que agregar que, aunque la mayoría todavía se resigna a los malos tratos que recibe, está por verse cuánto dura la resignación y cuánto tarda en convertirse en un malestar creciente que puede derivar por varios cauces: tal vez pudiera incidir en una democratización de las instituciones, pero, como están caminando las cosas, no se puede descartar que sea capitalizado políticamente por la derecha para dar otra vuelta a las tuercas de las privatizaciones y mercantilizaciones. No hay que olvidar que la educación y la salud son una mina de oro para la inversión de la “iniciativa privada”.

El futuro de estas instituciones en mucho depende de la inteligencia y la capacidad política de los que dirigen las redes que las controlan. En algunos casos esa capacidad está ampliamente probada. En otros han mostrado tanta torpeza y voracidad, que en pocos años han puesto a sus instituciones en estado de agonía.

3 comentarios en «EDUCACIÓN Y SALUD EN LA ENCRUCIJADA»

  1. En el caso de la UAN creo que sin ninguna dificultad podemos llegar hasta la ignominia, tantos años se han acumulado de doméstica y de indolencia a su interior…

  2. En el caso de la UAN para desmantelar el tejido canceroso corrupto que está matándo a la institución se necesita que haya una intervención externa FEDERAL que venga a poner el orden. Una auditoría de verdad no como las que se han hecho con todos los gobiernos anteriores y una vez deshabilitar a los corruptos de sus cargos. Que se quiten las plazas malhabladas y todas las canongias

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